En Avellaneda, en la esquina de Rivadavia y Charlone, cerca de donde estaba mi taller, de vez en cuando abrían un pozo gigante. Nunca supe si para un acuaducto, oleoducto, o solamente para abrir la avenida como para que cada tanto caiga algun camión al fondo del pozo, como una ofrenda a la PachaMama del asfalto.
Con esta intervención, propuse a los vecinos y paseantes otra forma de ver el gigantesco agujero. Con un poco de humor, construí algunos carteles respetando el isotipo y colores del logo del Subte (tren subterráneo) de Buenos Aires. Luego coloqué (con la colaboración de mi amigo Pablo Rosales) los carteles rodeando el pozo, también agregué (como un servicio a la comunidad), unos metros de malla anaranjada como una forma de prevenir futuros accidentes.

El barrio es bastante periférico en la provincia de Buenos Aires, y aunque no está muy lejos del límite de la Capital Federal, uno no se puede imaginar ni por un momento que pudiera llegar a haber una estación de Subte o Metro ahí. Nunca. Posiblemente jamás sucederá. Por eso los vecinos lo tomaron con muchísimo humor, y hasta la intervención fue documentada por un noticiero de televisión local.