Luces de la ciudad
La cucaracha es emblemática de nuestro progreso; si existe la selección natural, es el máximo morador del entorno urbano -el más avanzado- un híbrido perfecto de ambos extremos de la dicotomía entre la naturaleza y todo lo construido por el hombre. Es tan emblemática que nos da asco, y hacemos todo lo posible para negar su presencia.
Si reconocemos nuestra trayectoria como una serie de pasos equivocados, siempre hacia un lugar más equívoco, cualquier vistazo hacia atrás nos traerá nostalgia, y añoranza. La nostalgia no opera solamente para describir el pasado. Sí, significa extrañar un momento que nunca se repetirá, pero además, por comparación nos confirma la decadencia y descomposición relativa del presente; resalta la precariedad y el riesgo del camino todavía no transitado, acentúa el caos latente del porvenir.
Una cucaracha agonizando, de neón, sugiere una suerte de suspenso vencido, un raro cruce entre el empuje del progreso tecnológico y la nostalgia. Anuncia su propia muerte -que no llega nunca- artificialmente sostenida por un nido de cables zumbando al ritmo del parpadeo del neón, propio de una tecnología del pasado, y aunque parezca una propaganda obsoleta, sabemos que nos sobrevivirá.
Esteban Álvarez, 2004